• Mis primeros pasos en el mundo
  • La escuela intentó matar mi creatividad
  • Cuando descubres que eres «diferente»
  • Un cáncer lo cambia todo
  • Cuando el profesorado no tiene vocación
  • El laberinto de la Secundaria
  • Mis pilares principales en la educación
  • El mundo de la formación profesional
  • La vida son etapas en las que tienes que aprender y seguir
  • Su aliento fue la luz por la que seguir en el camino
  • La necesidad de un diagnóstico
  • Coge las riendas tu vida y vuela

Mis primeros pasos en el mundo

Mi familia siempre ha contado que desde que nací fui una niña precoz. Aprendí a hablar con soltura bastante rápido. Con dos años era capaz de recitar de memoria a los doce apóstoles y de identificarlos en los cuadros de El Greco o con cuatro años, memorizar cuentos según me los contaban mis padres, para luego contárselos a otros niños en la guardería (los adultos se reían al verme coger el cuento al revés e ir repitiendo cada frase como si fuera una grabadora).

También aprendí a andar tempranamente y a almacenar datos en mi cabeza que, en la mayoría de ocasiones, no podía aplicar a otros contextos. Me encantaba seguir rutinas, dibujar y hacer puzzles, soltar esos datos cuando no tenían sentido para otros y reírme, pasar muchos momentos en soledad, jugar en mi cabeza).

Tenía muchas rabietas aparentemente sin sentido cuando no me dejaban hacer lo que yo quería durante largo tiempo (observar a los pájaros, hacer puzzles al revés, contar cuentos, repetir una y otra vez el mismo juego simbólico con muñecos). Es cierto que los niños suelen pasar largas horas jugando o haciendo aquello que les gusta. Yo tuve muchas de esas horas en soledad elegida con mis muñecos.

La escuela intentó matar mi creatividad

Cuando empecé el colegio, me costó adaptarme. No entendía por qué tenía que dormir un poco de siesta, socializar con otros niños cuando no me apetecía o pintar como mi profesora me lo decía. Ya desde parvulitos la maestra le decía a mi madre que tenía poca orientación espacial y que no me enteraba de nada en clase. No seguía sus instrucciones y a menudo era como si estuviera ausente. Mi madre siempre le decía lo mismo: “Ella tiene mucha creatividad y quizás tú no lo estás viendo. Es una niña que le encanta soñar despierta”.

Fui avanzando y comencé primaria y con ella la famosa pesadilla entre tantos niños de las matemáticas. Era incapaz de decir lo que me pasaba pero me costaba retener los números en mi cabeza. Así como las palabras eran ríos que fluían por un cauce tranquilo y sosegado, los números iban tan rápido que no podía retenerlos. También solían cambiarse unos por otros constantemente en mi cabeza por lo que se me hacía complicado realizar operaciones matemáticas (¿discalculia tal vez?). Empecé a comprarme libros de refuerzo y cuadernillos de escritura para mejorar pero en las clases me perdía con las explicaciones de los profesores. A día de hoy puedo decir a ciencia cierta que ninguno de los profesores de matemáticas que he tenido han aportado algo a mi vida.

En clase de lengua solía escribir las frases con colores distintos porque para mí era más sencillo aprendérmelas así. Algunos profesores se reían de eso delante de mis compañeros. Así que empecé a escribir con el triste bolígrafo azul y a usar los subrayadores amarillo y rosa.

Cuando descubres que eres «diferente»

Entiéndeme, diferentes somos todos pero yo notaba que a nivel social que me costaba hacer amigos. A menudo sentía que tenía que adaptarme a situaciones que estaban a años luz de mi pensamiento. Recuerdo la transición de hablar de muñecas o colores a directamente “los chicos”. El desnivel se produjo con diez años en el que yo seguía hablando de muñecas y los niños y niñas de mi edad, de ellos mismos.

Las conversaciones se hacían más difíciles y rebuscadas. Yo prefería jugar al fútbol que mantenerlas pero al final, como todo, intentas adaptarte. Es en ese momento cuando te das cuenta de que por más que hagas, no sirve para nada. Eres diferente. Es decir, todos somos diferentes y todos tenemos nuestras peculiaridades pero siempre nos damos cuenta de cuando alguien se sale del rebaño.

Un cáncer lo cambia todo, o no

Esta situación se juntó con que a mi madre le diagnosticaron un cáncer de mama terminal. Como yo era muy madura, mis padres siempre me habían confesado todo lo que pasaba en casa y esto no iba a ser menos. En aquellos momentos me sentía muy sola pero esta soledad ya no era escogida como antes, ahora era impuesta.

Mi familia dejó de estar ahí para mí y yo necesitaba estar bien para todos. Afortunadamente mi madre se dedicó durante unos meses a llamar a las puertas de todos los médicos hasta que por fin uno se la abrió y le salvó la vida.

Una de las cosas más impactantes que he vivido en mi vida es ver a mi madre llena de cables acostada en la cama de un hospital y con un pecho menos. Después vino la quimioterapia y yo intentaba adaptarme a todas las situaciones aunque reconozco que en muchas ocasiones, me sentía superada.

Pronto, empezó a caérsele el pelo hasta que decidió afeitarse la cabeza por completo. Junto a mis primas, la acompañé en el proceso y sentí mucho miedo. Ahora sé por qué. Me cuesta identificar cambios físicos en otras personas. Simplemente para mí dejan de ser las personas que conozco y pasan a ser otras distintas. Pasé meses sin poder identificar a mi madre como mi madre sino como una extraña que ahora vivía en casa.

Gracias a la vida, a ese médico, a mi familia y a la fuerza que mi madre lleva en su interior, ella está bien y puedo identificarla y vivir mi vida con ella con plenitud.

Cuando el profesorado no tiene vocación

Curiosamente fue en esa época cuando las cosas en el colegio empezaron a ponerse mal. Con respecto a si sufrí o no bullying, no me voy a extender dando voz y voto a las personas que hicieron mi estancia en el colegio y después en el instituto, tediosa y desesperante, no por lo menos desde un punto de vista atacante pero, dado que este es un blog sobre educación, sí que considero necesario hacer especial mención a esos docentes que permitieron que esa situación se diera y no solo conmigo, sino también con otros compañeros.

Tanto en el colegio como en el instituto me enseñaron que aprender puede llegar a ser un auténtico infierno. A menudo tenía que aguantar situaciones que no comprendía y yo, como en algunas ocasiones reconozco que me “pasaba tres pueblos”, intentaba defenderme como podía.

Desde pequeña me inculcaron la importancia de defenderme. Esta afirmación, sumada al descubrimiento de que el mundo puede ser un lugar muy hostil, hizo que no tuviera palabras para contar lo que me estaba pasando. Ahora, tengo el valor y las palabras suficientes para describir la actitud de mis profesores.

Tenía maestros y maestras que se dedicaban a leer el libro, a no hacer nada cuando mis compañeros se metían conmigo o incluso a reírse de mí, a gritarme o insultarme delante de todos. Luego estaban aquellos que veían a dos niños pegándose como si fuera una batalla de “pressing catch”, separarlos y a los cinco minutos irse a otra parte del patio del recreo.

He tenido compañeros autistas que cuando había mucho ruido en clase se ponían a tirar las mesas y las sillas contra la pizarra y lo único que hacía el profesor era echarlo de la clase o llamar a la especialista para que se lo llevara. Profesores que tiraban material de oficina a sus alumnos o se comían sus bocadillos. Otros que amaban su asignatura eran incapaces de entender lo que estuviera pasando en ese momento un estudiante para atraerlo hacia ella. La “sobrevocación” por una materia específica no es buena si no sabes ejecutarla correctamente.

En la ESO comencé a dar clases de refuerzo en lengua y matemáticas. En ellas había compañeros mayores que yo con los que me era más fácil socializar pero los profesores o te trataban mal o estaban cansados o sencillamente se tiraban toda la clase mandándote ejercicios y hablando de cosas triviales. De aquéllas clases pude aprender muchas cosas, entre ellas a mimetizarme en un entorno más reducido que una clase normal, con las situaciones a menudo, conflictivas que allí se daban.

Aparentemente puede parecer que todos mis maestros estaban desquiciados, aunque ahora comprendo, que no justifico, que la mayoría de ellos no tenían la formación suficiente ni para dar clase ni para resolver conflictos. Es muy importante saber conocimientos pero es mucho más significativo el saber adaptarte al contexto de tu aula.

El laberinto de la Secundaria

La transición al instituto fue muy dura. Más estudiantes y más edificios en los que perderme. El primer año fue de adaptación al nuevo medio. Repetí curso porque entre otras cosas, nunca encontraba la clase y los profesores no preguntaban solo lo que había en los libros por lo que mi memorización no era efectiva.

Me dediqué a sentarme en los pasillos en un rincón y a leerme los libros pero como no me interesaban (salvo historia o cultura clásica) me costaba mucho retener esa información. Ahora sé que todo lo que no me interesa hace que se produzca un bloqueo en mi cerebro para poder retenerlo.

Una de las cosas que decidí hacer para por lo menos entrar a alguna clase, fue memorizar dos o tres temas y asistir a ellas siempre que podía. Es cierto que en algunos casos llegaba tarde y no me permitían entrar pero por lo menos, al final pude asistir a algunas. Ahí comencé a ser para todos una alumna absentista.

Socializar con los demás me costaba más que nunca pero hice algunos amigos que me acompañaron en el camino durante muchos años. Mi madrina, que siempre supo que necesitaba apoyos, me enseñaba a conversar con los demás de una forma sana y me compraba libros para que pudiera ver cómo se hacía. Veíamos muchas películas juntas para que aprendiera y ella me las iba explicando.

Al llegar a cuarto de la ESO y tras un largo recorrido de ver que no llegaba a los objetivos de la etapa, repetí curso y ese mismo año decidí hacer una prueba de acceso a grado medio.

Mis pilares principales en la educación

A estas alturas te estarás preguntando si no tuve ningún amigo o profesor con los que poder vivir buenas experiencias. Lo cierto es que sí, a lo largo de mi vida siempre he tenido amigos. Unos han tomado caminos diferentes al mío, otros ya no se sentían identificados con el tipo de relación que teníamos (sí, hay tipos de relaciones y de personas) y luego están los otros que siguen al pie del cañón en mi vida.

Con respecto a profesores, creo que las casualidades existen, he tenido dos profesoras con las que realmente he conectado y han marcado un antes y un después en mi vida.

La primera fue Pilar mi profesora de Cultura Clásica en el instituto. Ella me inculcó valores tan grandes como perseguir tus sueños y dejar de pensar en lo que los demás puedan pensar de ti y simplemente, ser tú misma.

Y la segunda, ha sido mi profesora del doctorado Pilar. Una persona que ha sabido comprenderme desde el principio, ha creído en mí y me ha aceptado con todo lo que eso conlleva. Ahora comprendo que mi labor en el mundo de la educación ha estado rodeado de pilares tan importantes como estos.

El mundo de la formación profesional

Aprobé los exámenes y en ese mismo instituto, hice un grado medio de comercio. La experiencia me encantó. Mis profesores eran maravillosos y no sólo sabían mucho sobre lo que estaban enseñando sino que sabían transmitirlo y captar nuestra atención. Conseguí darme cuenta de la diferencia entre la formación profesional y la educación básica obligatoria. Antes de terminar el curso, pedí una beca Leonardo y me fui a Italia a hacer las prácticas y al volver, seguí con mis prácticas en otra empresa. Ésta me contrató después pero yo quería seguir estudiando.

Me preparé una prueba de acceso a grado superior. Quería trabajar con niños, sentía una gran vocación desde pequeña a cuidar de los más pequeños. Aprobé los exámenes pero en vez de empezar, me perdí durante dos años en el mundo del bachillerato a distancia. Sentía una punzada enorme de no haber podido conseguir la ESO y quería probarme a mí misma. Fui a algunas clases, mi yayo que siempre había creído en mí, me pagó todos los materiales y me animó a perseguir ese nuevo sueño de conquistar la cima de la secundaria.

Sin embargo, cuando llevaba un tiempo me di cuenta de que no me interesaba nada de lo que decían mis profesores ni los libros, excepto filosofía. Mi pareja y mi madre estuvieron apoyándome durante todo el proceso e incluso me llevaban a las clases para que no me perdiera.

La vida son etapas en las que tienes que aprender y seguir

Al final de ese segundo año a mi yayo le diagnosticaron un cáncer de pulmón terminal. La palabra terminal ha aparecido dos veces en mi vida y me ha enseñado a desconfiar de su significado. En ese momento mi mundo se paró de nuevo. Yo ya no quería seguir luchando si él no iba a estar en mi vida. Me fui a vivir con él y me encerré en su casa. El proceso fue muy duro.

Tras cada quimio, tras cada bajón notas como esa persona se está yendo. Decidí aparcar mi vida el tiempo que él estuviera conmigo y dedicar todo mi tiempo a su cuidado. Estuve en tratamiento psicológico con una maravillosa profesional y persona que me ayudó a sobrellevar lo que estaba por venir.

Finalmente mi yayo murió en mis brazos el día de todos los santos y tras un año de reflexión y superación de lo vivido, decidí comenzar mi nueva vida con su aliento y su impulso.

Su aliento fue la luz por la que seguir en el camino

Estudié un grado superior de Educación Infantil (en el que tuve la oportunidad de conocer a mi profesora y ahora compañera de profesión Araceli) y me gustaron tanto las prácticas que quise cursar el grado universitario en Educación Infantil. La experiencia me encantó y en las prácticas, pude estar con niños con dificultades como yo y, esto me sirvió de motor para querer estudiar un máster en necesidades educativas especiales. En las prácticas pude estar en un aula abierta especializada y vivir todo lo que pasan los profesionales educativos y los niños tanto dentro de ella como fuera.

Me di cuenta de que yo necesitaba hacer algo más por el mundo de la educación y por las personas que no podían expresar como yo antaño, lo que estaban sintiendo. Me matriculé en un doctorado y curiosamente, se me permitió la oportunidad de estudiar las aulas abiertas de mi comunidad autónoma y después, dar clase en la universidad y formar a los futuros maestros en materia de diversidad. Fui muy feliz durante este proceso, me llevo a grandes personas y doy gracias por todas las muestras de apoyo y cariño que he recibido estos años por parte de compañeros y alumnos.

La necesidad de un diagnóstico

Mientras daba clase en la universidad decidí pasar por el proceso de diagnóstico del TEA. Durante toda mi vida siempre he notado como bien resaltaba anteriormente, que no procesaba las cosas igual que los demás y aunque no me guste esta definición, en ese momento lo sentía así.

Asistí a unas charlas sobre autismo organizadas por ATEMYTEA y ahí me di cuenta por completo que era autista. El proceso de diagnóstico fue muy duro para mí, especialmente cuando daba clase y luego tenía que ir a pasar las pruebas. Socializar me agota.

Cuando recibí el diagnóstico y leí Trastorno del Espectro Autista me sentí extraña. ¿Cómo podía ser que fuera cierto? En mi interior aún albergaba la duda y aunque al principio sentí alivio, después estuve en proceso de shock durante meses pero poco a poco y con ayuda, comprendí a aceptar todo lo que ello conllevaba.

Especial mención al que es mi pareja desde hace 13 años por su templanza, por su apoyo y por impulsarme y hacerme consciente de todos mis valores positivos.

Coge las riendas de tu vida y vuela

Tras el diagnóstico empecé un proceso de tratamiento psicológico para encajar este nuevo acontecimiento, integrar traumas, mejorar como persona, aceptarme y quererme. Personalmente creo que he crecido en este tiempo más que en toda mi vida. Estoy trabajando tantas cosas y el mundo se abre tanto ante mis ojos que ya no veo mis caídas como momentos oscuros “dentro del pozo”, sino como oportunidades y regalos para avanzar y sentirme mejor.

Actualmente vivo en una casa maravillosa con mi familia y rodeada de naturaleza. Cuido de mi yaya con Alzheimer desde hace diez años. Amo a mi madre más que nunca. Tengo amigos y amigas muy bien escogidos y de los cuales me siento muy orgullosa. Tengo una pareja que me quiere, me comprende y me acepta como soy. Doy gracias a mi familia por haber estado siempre conmigo. Sigo sintiendo ese aliento de mi yayo en mi nuca cada vez que quiero abandonar y me hace sentir que está ahí muy a menudo. Me quiero, me acepto y he encontrado esa armonía que tanto he buscado siempre.

Ahora, sonrío ante la vida porque sé que estoy en el camino que tengo que estar, disfruto con lo que hago y eso es lo importante.   

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